Largo es el día cuando hay poco que hacer,
y hoy es uno de esos.
Estoy esperando, sentado en la vieja
butaca, en la que tantas veces vi a mi abuelo descansar, y lo que veo a través
del ventanal me traslada a las historias tantas veces oídas a través de su voz.
Acontecimientos vividos por nuestro
antepasado y que tanto repercutieron en la familia.
Primero, aquellos años, duros, difíciles,
en que escondido en el desván de mis tíos, veía a los suyos tras un orificio
que semejaba un tragaluz; si le descubrían, sería fusilado. Él era el alcalde
republicano de un pequeño y bonito pueblo, pero la guerra civil y la
instauración de la dictadura militar, le convirtió en un “huido”.
Así paso dos años, tras los cuales, una
amnistía le permitió salir a la luz.
Represalias hubo y duras, años de cárcel y
otra vez encerrado. Miraba el mundo a través de un ventanuco, enojado, pero a
lo lejos en la loma y al pie de la gran torre, sus hijos y nietos (entre ellos,
yo) agitando nuestros pañuelos para hacernos ver y así saludarle. Detrás el mar
infinito.
Su madurez transcurrió en habitáculos
pequeños y míseros, pero tras aquellas “ventanas” la vida seguía y las ideas,
escondidas, reprimidas, castigadas, pero nunca muertas ni doblegadas, esperando
salir y renacer en cuanto fuera posible.
Sus largas estancias en el hospital, y de
nuevo su mirada oteando el horizonte mirando renacer la vida cada vez que se
apagaba, pero acompañado por sus seres queridos.
Hoy, lo que veo desde mi ventana, es que su
vida continúa en mis hijos y nietos.
Algunos seguimos sus ideas de libertad y
compromiso con sus ciudadanos y otros respetando su memoria, pero todos juntos.
Así llega el momento de celebrar el
nacimiento de la benjamina.
Caminamos felices, satisfechos y recordamos
sus palabras.
El mañana sería infinitamente mejor si
conservas la esperanza.
Gracias, abuelo; tu lucha nos ha hecho
libres y mejores.
Mari
Carmen
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