miércoles, 13 de abril de 2016

elegantes y enormes cajas

Mi casa, situada en una céntrica calle de la ciudad, está rodeada por edificios semejantes al mío. Son como elegantes y enormes cajas conteniendo a innumerables y desconocidos, en su mayoría, habitantes. Tan sólo las ventanas, como ojos, se abren y cierran a la rutina diaria, según horarios y costumbres de los vecinos.
Al levantarme, abro mi venta y lo que veo, o miro, es el trocito de cielo, por encima de chimeneas y antenas que sobrepasan a tejados y aleros rojizos. Cielos con grises de toda gama sucediéndose durante días, anaranjados iluminando huidizas nubes blancas, nubarrones amenazantes, azules radiantes y límpidos, y a veces muy temprano, la luna casi transparente huyendo del sol que asoma. ¡Espectáculo impagable!
En algún momento de mi contemplación distinguí a un viejito asomado a su ventana justo enfrente a la mía, al cruzar la calle. Desde ese momento le veo cada día. Siempre muy de mañana, sin cruzar nunca una mirada, una sonrisa o saludo. Su presencia forma parte de un decorado que estimo. Después de contemplar el cielo, al rato se retira cerrando los cristales y la cortina. Pienso que ignora completamente lo exterior, exceptuando esa afición a mirar al cielo, como yo.
Se suceden velozmente los días, lluviosos, ventosos bajo un cielo plomizo; soleados y alegres bajo un cielo luminoso y reconfortante; días cargados de vida que fluye como un río sin fin. “Todo tan cambiante y tan igual”.
Algo distinto. No se que es…
Descubro el porqué de mi inquietud: mi desconocido compañero de afición no está en su ventana. Le espero, día tras día, con impaciencia.
Pasa el tiempo. La ventana sigue cerrada herméticamente. Aún, a veces, echo de menos su silente presencia.
JOSEFA VALVERDE

No hay comentarios:

Publicar un comentario