lunes, 18 de abril de 2016

MI BARRIO

Casi todas las mañanas, después de la ducha y el desayuno, me gusta asomarme un rato a la ventana.
El viento o el sol acarician mi cara y me despejan de las horas dormidas pasadas.
Mi calle es ancha, bonita y tiene mucha vida. La farmacia, perfumería, frutería, carnicería, sastrería y la cafetería de la esquina; son comercios con solera, familiares y con bastantes años. Bloques de ocho alturas y pisos acogedores y sencillos.
Veo pasar a diversa gente, y me pregunto con curiosidad y sin malicia, como serán sus existencias.
Personas mayores llevando a sus nietos al colegio, trabajadores de todo tipo, que van apresurados para fichar a tiempo y adolescentes cargados de libros, y con sus indispensables móviles, sin los cuales se sienten desnudos y perdidos.
La cartera, su simpatía y eterna sonrisa, trayéndonos las “malditas” facturas, y, a veces, buenas noticias.
El barrendero, con su inseparable carrito, su escoba y cepillo, dejándonos la calle muy limpia  y con olor a desinfectante amargo.
Van llegando los repartidores, en pequeñas furgonetas, y llenando las vacías estanterías de las tiendas.
Todos estos “entrañables” personajes y sus rutinas diarias, nos dicen que la vida sigue y está en marcha.
Cuando salgo a la calle, veo el paisaje urbano y cotidiano más cerca y en directo.
Una sincera y animosa sonrisa me susurra: ¡adelante, buen amigo! ¡Que hay que ponerse las pilas para llegar al “Paraíso”!

                                                                                      Fede  

No hay comentarios:

Publicar un comentario